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Pieza del mes abril 2010

  • La pieza
  • Biografía
  • El cuadro
  • Biografía del artista
  • Ficha técnica
    • Techumbre del Salón de Actos

      INTRODUCCIÓN

      El encargo de las obras de decoración que Luis Landecho y Enrique Fort –arquitectos del edificio del Ateneo de Madrid- hicieron al célebre artista Arturo Mélida y Alinari, llegó a su más alto grado en la excepcional ornamentación que ejecutó en el salón de actos de la institución. Bajo las premisas de plasmar el cometido del Ateneo, Mélida recurrió a una compleja simbología que definió perfectamente la función de la institución como vehículo difusor de cultura, discurso que sigue manteniendo su vigencia a día de hoy y con la misma modernidad que le caracterizó cuando, en 1883, concluyó esta obra.

      Aúna Mélida la mitología clásica con el más rabioso Modernismo que empezaba a invadir Europa, dando coherencia a una enorme superficie en la que los elementos se distribuyen racionalmente, creando un conjunto equilibrado y único. Al observar las pinturas es evidente que el artista conocía los modos de hacer del llamado Movimiento Secesión, donde las tintas planas, las formas y los volúmenes rotundos, acaban por imponerse en toda Centroeuropa abriendo un universo gráfico desconocido hasta ahora. Muy posiblemente la biblioteca del Ateneo de Madrid le valió a Mélida para conocer estas nuevas tendencias que se abrían en el campo artístico, rupturistas con lo establecido y que, poco a poco, van a ir afianzando y definiendo el concepto de Modernidad acuñado en estas últimas décadas del siglo XIX.

      El 31 de enero de 1884 se inauguraba el edificio y la obra de Arturo Mélida deslumbraba a un público que la observó bajo aquella luz de gas. Su colorido, su composición, su discurso y su modernidad no dejaría indiferentes a los asistentes que rápidamente entendieron encontrarse ante una nueva forma de entender el arte.

      A pesar que no han sido objeto de un estudio científico y en profundidad, estas pinturas murales que tratamos a continuación encierran una iconología fundamental para entender no sólo la institución ateneísta, sino las maneras que imperaron en el arte de finales del siglo XIX.

      Su restauración en el año 2003, a cargo de la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid, devolvió a estas pinturas el esplendor que poseyeron antaño, recuperando así el símbolo que abrió a Madrid las puertas de la modernidad.

      Decorando la techumbre del salón de actos del Ateneo de Madrid, se encuentra una de las obras más importantes de Arturo Mélida. Por encargo directo de los arquitectos del edificio, Luis Landecho y Enrique Fort, Mélida trazó una composición en alusión a la labor del propio Ateneo. Esta gran composición –en un gran formato ochavado– queda dividida en varias zonas que hay que ir analizando de manera individual a pesar de su acusado centralismo. Es llamativo el eje de la techumbre, donde bajo un templo griego –símbolo de la cultura occidental- sitúa a tres dioses del Olimpo: Apolo, Palas Atenea y Hermes.

      El significado de Apolo es la nueva concepción de la luz en el hombre del siglo XIX frente a las ideas medievales, es decir: el hombre contemporáneo. El telón que a punto de caer se encuentra tras el dios, mostrándonos el Sol, está representando el propio Carro Solar de Apolo, quien se encargaba de recorrer el firmamento montado en el carruaje y con su velocidad expulsaría a la noche para situar al astro rey en lo más alto del cielo. La luz representa al “iluminado”, aquel hombre heredero de la Ilustración diocechesca que recibe la luminiscencia como símbolo del conocimiento, de libertad, aboliendo las teorías medievales de San Agustín donde la luz representaba la cercanía a Dios. Queda custodiado Apolo, por un lado, por la figura de Palas Atenea, quien representa a la sabiduría por la forma en que la diosa vino al mundo: nació directamente de la cabeza de Zeus, lo que la hizo sabia desde el momento de su venida; al otro lado Hermes, el dios mensajero, el encargado de difundir el mensaje, que aquí representa al propio Ateneo y la labor de éste como vehículo transmisor de cultura. En la base del templo una abigarrada decoración nos pone en contacto con el mundo oriental y más concretamente con Japón: dragones, el sol naciente, el ibis –símbolo de eternidad– los pinjantes rojos o simplemente las nubes, dan fe de la importancia que para el artista decimonónico tuvo el arte del extremo Oriente y que dio lugar a los orientalismos en el arte europeo, abriéndose fascinado a otras culturas por entonces tenidas como exóticas y que generaron una renovación en la concepción occidental. Culminan este templete nueve estrellas, como símbolo de la vida y en relación con el KI oriental.

      Los tondos que encuadran este motivo central nos muestran a las diferentes Secciones que componían aquel Ateneo de 1884, un total de doce, simbolizando las 12 columnas. Las figuras femeninas, evocadoras y simbolistas con rotundos volúmenes en su anatomía, son deudoras de la ilustración gráfica, algo evidente en sus marcados contornos y dintornos y en las tintas planas que los inundan. También presentan una influencia oriental definida en la riqueza de sus ropajes, donde los motivos de brocados tienen entidad por sí mismos. Alegorías de la Literatura, las Matemáticas o la Elocuencia, separadas entre sí por vástagos palmeados y rematados con los escudos de los antiguos reinos que componen la actual España: Castilla, León, Aragón y Navarra.

      Sin lugar a dudas estas pinturas murales destacan por su riqueza cromática, por su buen hacer y por su simbología que, más allá de las pinceladas que aquí hemos dado, guardan otras muchas entroncadas con la propia institución.

      Arturo Mélida y Alinari

      (Madrid, 1849 – 1902). Formado tanto en la pintura como en la arquitectura y la escultura, desarrolló su tarea docente en la Cátedra de Modelado en la Escuela de Arquitectura de Madrid, si bien sus inquietudes pronto derivaron por el mundo de la ilustración, campo en el que destacó y poniendo en valor nuevas formas de hacer.

      Convirtiéndose en uno de los más grandes y demandados pintores decorativos de finales del siglo XIX, su obra se puede contemplar en edificios como el Ministerio de Hacienda, el palacio Bauer o el Ateneo de Madrid entre otros muchos. Su tarea escultórica queda destacada en la estatua de Cristóbal Colón que adorna la madrileña Plaza de Colón. Destacable fue su labor como ilustrador, donde llevó a cabo importantes obras como Episodios nacionales de Pérez Galdós o Leyendas de José Zorrilla, además de otras obras menores en este campo como carteles, bocetos para escenografías, abanicos, etc. También destacó en el diseño de mobiliario como el realizado para el propio Ateneo de Madrid.

      El reconocimiento artístico vino avalado no sólo por su extensa clientela y demanda, sino por su designación como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1899.

      Su relación con el Ateneo de Madrid fue constante a lo largo de su vida, siendo socio de la institución, con el número 3.928, y estando en contacto permanente con la entonces denominada Sección de Bellas Artes.

      Autor: Arturo Mélida y Alinari (Madrid, 1849 – 1902).

      Cronología: 1883.

      Técnica: óleo sobre lienzos, cosidos y pegados a techo. Apliques de metal.

      Medidas: 20 x 11 metros (220 metros cuadrados).

      Firmas o inscripciones: A. Mélida 83 (sello del autor) en el medallón de la Arquitectura.

      Contexto cultural o estilo: pintura española del siglo XIX, Modernismo.

      Exposiciones: no.

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