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Ateneístas Ilustres

Benito Pérez Galdós.-

Benito Pérez Galdós relata en sus Memorias su llegada a Madrid: “... El 63 o el 64  ̶ y aquí flaquea un poco mi memoria ̶  mis padres me mandaron a Madrid a estudiar derecho y vine a esta corte y entré en la Universidad, donde me distinguí por los frecuentes novillos que hacía... Escapándome de las cátedras, ganduleaba por las calles, plazas y callejuelas gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital... y si mis días se me iban enflanear por las calles, invertía parte de las noches en emborronar dramas y comedias...”

Cuando recala en el antiguo Ateneo, Galdós plasma su ambiente en el Episodio nacional Prim: “... El Ateneo era entonces como un templo intelectual, establecido... en una casa burguesa de las más prosaicas,... donde años antes habían vivido señores enriquecidos en el comercio, y que nunca supieron ni una palabra de filosofía ni de literatura ni de historia. Y con ser tan chabacano el edificio, y tan mísero de belleza arquitectónica, tenía un ambiente de seriedad pensativa propicio al estudio... Iban allí personas de todas edades,... de diferentes ideas, dominando los liberales y demócratas, y los moderados que habían afinado con viajatas al extranjero su cultura; iban tambiénneos, no de los enfurruñados e intolerantes; las disputas eran siempre corteses, y la fraternidad suavizaba el vuelo agresivo de las opiniones opuestas...

Entrábase, por la calle de la Montera, a un portal amplio... Pasado el vestíbulo en que hacían guarda el conserje y porteros, llegábase a un luengo y anchuroso callejón pasillo, harto oscuro de día, de noche alumbrado por mecheros de gas. Divanes de muelles que ablandó la pesadumbre de tantos cuerpos, convidaban al descanso a un lado y otro, y en las cabeceras del extenso corredor. En verano, no faltaba un botijo en algún rincón, y en invierno los paseantes medían de dos en dos, con las manos a la espalda, la dilatada estera de cordoncillo. Andando en la dirección de la Red de San Luis, a la izquierda caía la sala que llamabanSenado, con balcones a la calle; la Biblioteca y una salita de conversación; a la derecha, el paso a los salones de Lectura y al de Sesiones... En elSenadohacían tertulia señores respetables, fijos en los divanes como las ostras en su banco, y otros que entraban y salían parándose un rato a platicar con los viejos. Comúnmente allí no se trataba de asuntos técnicos ni didácticos, sino de los sucesos del día, que siempre daban pie a ingeniosas aplicaciones de los principios inmutables.

En la Biblioteca, carpetas para escribir y leer, estantería de éstas que se estilan en las casas burguesas para guardar libros que no se leen nunca: allí se leía, sí; pero los libros tenían cierto aire de no querer dejarse leer, prefiriendo su cómodo resguardo entre cristales. En el fondo de la sala, apenas visible por el estorbo de las altas carpetas, se acurrucaba un hombre. En invierno se inclinaba tarde y noche sobre un brasero... en todo tiempo tomaba café a ciertas horas... Era don José Moreno Nieto, para quien la Biblioteca que regentaba era poca cosa en comparación de la que él tenía en su cabeza. Había metido en ella todos los sistemas filosóficos conocidos y los que aún estaban por conocer... Era de corta estatura, picado de viruelas, erizado el bigote, el pelo echado hacia atrás... No existió jamás hombre más puro, de más recta conciencia, ni una vida en que tan bien incrustadas estuvieran, una dentro de otra, la filosofía sabida y la virtud practicada.

El salón o salones de lectura eran un gran espacio irregular,... que lo mismo habría servido para obrador de modistas que para cajas de imprenta, o para capilla protestante. Largas mesas ofrecían a los socios toda la prensa de Madrid y mucha de provincias, lo mejor de la extranjera, revistas científicas, ilustradas o no, de todos los países. Era un comedero intelectual inmensamente variado, en que cada cual encontraba el manjar más de su gusto. En aquel recinto blanco, luminoso,... habitaba como huésped fijo un silencio de paz y reflexión, y al amparo de él se apiñaban los lectores, todos a lo suyo, sin cuidarse ninguno de los demás. Nadie interrumpía con vanos cuchicheos aquella tranquilidad devorante de gusanos de seda, agarrados a las hojas de morera. Oíase no más que el voltear de las hojas de los periódicos, armados en bastones para más comodidad del leyente.

Allí se veían extraños tipos de tragadores de lectura. Un señor había que agarraba el Times y no lo dejaba en tres horas. Otro tenía la manía de coger seis u ocho periódicos de los más leídos, se sentaba sobre ellos, y los iba sacando uno por uno de debajo de las nalgas, y dejándolos en la mesona conforme los leía... Por aquel vasto local desfilaron todas las celebridades literarias y políticas del siglo, sin excluir buena parte de las militares. Los que recordaban a Martínez de la Rosa leyendo Le Journal des débats, veían casi a diario, en los días de esta historia, a don Antonio Alcalá Galiano recreándose con las donosas caricaturas del Punch... El buen señor, ya viejo, de cara fosca y larga, enfundado en luengo gabán gris, entraba... y se situaba en la mesa de las revistas; hojeaba algunas, picando aquí y allí, buscando las mejores golosinas en la bandeja de los conocimientos novísimos... En la ironía sazonada no hubo maestro que le igualase, y a veces su intención dejaba tamañitos a los toros de Miura.

También iba alguna vez don Antonio Ríos Rosas, que a los jóvenes imponía respeto con su cara de tigre, y su entrada silenciosa, el andar lento, sin hablar con nadie, hacia el salón de lectura. No picaba, como Alcalá Galiano, en diferentes revistas, sino que cogía una sola, el Correspondant o la de Ambos mundos... Éste y otros señores graves no iban más que a leer, y rara vez entraban en los sitios de tertulia... Entre la muchedumbre de hombres hechos, bullían mozos en formación para personajes, estudiantones ávidos de aprender, que se ejercitaban en la intelectual esgrima, tirando a perorar y a discutir con los espadachines mayores; los había también tímidos, que laboraban en la muda gimnasia de la observación y la lectura. Para que nada faltase, había un grupo de cubanos que exponían sus ideas de autonomía y aun de emancipación de las Antillas, sin que nadie de ello se asustara.

En aquel espacio... cabía toda la selva de los conocimientos que entonces prevalecían en el mundo, y allí se condensaba la mayor parte de la acción cerebral de la gente hispánica. Era la gran logia de la inteligencia... Por su carácter de cantón neutral, o de templo libre y tolerante, donde cambian todos los dogmas filosóficos, literarios y científicos, fue llamado el Ateneo la Holanda española. En aquella Holanda se refugiaba la libre conciencia...

En los primeros días de abril de aquel año (andábamos en el 65) creció la animación en las tertulias y mentideros de la ilustre casa. Las chácharas rumorosas casi llegaron a invadir el primer espacio del sosegado Salón de Lectura, y aun llegó algún eco de ellos al de las Sesiones o Cátedras, donde unas noches explicaba paleontología el sabio geólogo Sr. Vilanova, y otras hacía Gabriel Rodríguez la crítica acerba del Sistema protector...”

Sopas de letras  y mucho más sobre Galdós aquí.

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